"Las investigadoras de la Universidad de
Columbia, Claudia M. Muller y Carol S. Dweck realizaron un estudio en la década
de los 90 para estudiar en profundidad el efecto del elogio en niños y niñas
entre 10 y 12 años de edad.
La investigación comprendía 4 fases. La
primera consistía en un test de inteligencia. Con los resultados obtenidos los
investigadores se dedicaron a dar un feedback falso, de tal forma que a un
grupo de niños les dijeron que realmente debían ser genios ya que habían
obtenido resultados brillantes. A un segundo grupo les dijeron que habían
resuelto el 80% de los problemas planteados, mientras que al tercer y último
grupo, simplemente no les dieron feedback, actuando como grupo control.
En la segunda fase del estudio, los
investigadores ofrecieron a los niños poder elegir entre dos nuevas tareas. Una
de ellas era muy difícil y otra era fácil. El 65% de los niños elogiados como
“genios” optó por la tareas fáciles. El 45% de los niños que no recibieron
ningún feedback eligió la tarea más sencilla.
La tercera fase del estudio consistía en
entregar a los niños unas tareas aún más difíciles. Al terminar el ejercicio se
preguntó a los niños si habían disfrutado de la tarea y si les gustaría
llevarse tareas similares a sus casas. Los niños elogiados fueron menos
propensos a llevarse ejercicios a casa y afirmaron haber disfrutado bastante
menos haciendo la tarea.
La fase final del estudio consistió en
someter a los niños a un test de similar dificultad al que resolvieron en la
primera fase. El grupo que obtuvieron puntuaciones más bajas fueron las de los
niños elogiados como genios y sus valoraciones en esta última fase fueron
incluso menores que en la fase inicial.
Los niños elogiados mostraron una actitud muy
conservadora a la hora de enfrentar retos, manifestando que disfrutaban poco de
las tareas y se observó una disminución de su rendimiento.
El grupo que mejores resultados obtuvo en el
estudio fue aquel que recibió un feedback relacionado con el esfuerzo realizado
y con los resultados obtenidos (el segundo de los tres grupos). El 90% de los
niños de este grupo optaron en la fase 2 por la tarea más difícil, en la que
tenían más riesgo de equivocarse pero en la que disponían de más oportunidades
para aprender.
¿Qué llevó a estos niños a
optar por retarse frente al resto de grupos?
Sencillamente
no fueron elogiados por sus capacidades ni su inteligencia sino que su esfuerzo
fue alentado por los investigadores. Mejor alentar que elogiar.
El feedback de los investigadores se enfocó
en el hacer y no en el ser, siendo muy específicos, al contrario de los elogios
que lanzaron al primero de los tres grupos.
¿Qué será de los niños
constantemente mal elogiados? ¿en qué pueden llegar a convertirse?
Siempre es
más inteligente y rentable educar bien a un niño que tener que arreglar a un
adulto. Si en el mundo del adulto y en los ámbitos profesionales o deportivos
necesitamos que los líderes desafíen a sus colaboradores, también debemos
exigirles con firmeza que sean maestros del aliento, con la ética del sudor por
bandera, preparando entornos incómodos a la par que estimulantes.
La
autoconfianza rara vez puede desarrollarse mediante el elogio fácil y continuo. Suele tener, sin embargo, un efecto muy
contraproducente de cara a aceptar limitaciones y encontrar estrategias de
reaprendizaje cuando el error aparece o cuando, simplemente, las cosas cambian
(que suele ser continuamente).
No pongo en duda el valor del elogio, si bien
considero que en muchas ocasiones
tendemos a elogiar en exceso y a realizar elogios vacíos de sentido.
Por supuesto que es preferible elogiar que
criticar constantemente los errores que se cometen. Pero el elogio suele
vincularse al éxito de un objetivo. Se espera que nos elogien cuando hemos
conseguido una meta, pero hasta entonces carecemos del aliento necesario para
llegar al objetivo deseado.
Y esto, como tantas cosas, se convierte en
automatismos que vamos aprendiendo desde edades tempranas. Si vivimos el elogio
vinculado a un premio o esperamos un premio que trae consigo un elogio, es
posible que perdamos de vista la importancia del proceso.
Alentar
tiene mucho que ver con animar, con infundir aliento y esfuerzo, con nutrir los comportamientos que nos
enfocan hacia la mejora.
El aliento
se centra en el esfuerzo y por
tanto, en el sentido de la responsabilidad. Cuando alientas a un niño a tomar
decisiones y a elegir entre opciones, por muy sencillas que puedan parecer,
estás nutriendo su responsabilidad y preparándolo para ser un adulto libre.
Si por el contrario, solo elogiamos a un niño
cuando hace aquello que nosotros como adultos pensamos que está bien, terminará
siendo obediente pero no habrá aprendido a tomar decisiones y lo que es peor,
no aprenderá a pensar por si mismo. Y luego nos quejaremos que los jóvenes no
están preparados para la vida. Quizá no les dejamos entrenar en su momento y
confundimos el entrenamiento con el adiestramiento.
Si castigamos en relación a nuestras
expectativas, conseguiremos que solo actúen cuando crean que van a cumplir las
expectativas que pusimos en ellos pero nunca tendrán las suyas propias.
Alentar es animar a generar expectativas en
uno mismo y a comportarse consecuentemente a ellas. Alentar es dar protagonismo al aprendiz por delante del maestro
para que un día sea un maestro capaz de alentar a nuevos aprendices.
Si el elogio suele ir vinculado al premio, alentar
está conectado con la celebración de la mejora aunque el objetivo no haya sido
alcanzado.
Alentar nace del aliento y el aliento es la
necesaria respiración. Necesitamos el aliento como necesitamos respirar para
sobrevivir."
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